El
nacionalismo
atribuye entidad y singularidad propias a un territorio
y a sus ciudadanos, y sobre él se asientan
aspiraciones políticas de carácter
muy diverso. En ese proceso nacieron en el siglo
XIX dos estados que jugarían un papel fundamental
en la historia de Europa:
Alemania
e
Italia.
Al tiempo que esto acontecía, tenían
lugar procesos de signo inverso que supusieron
la
disgregación de viejas
entidades estatales en beneficio de otras nuevas.
Fue el caso de la
Turquía
otomana, imperio que a finales
del siglo XIX estaba en plena descomposición,
parte de la cual se desarrollaba en el área
de los
Balcanes.